La Ciencia en las relaciones de Cuba y los Estados Unidos

Sergio J. Jorge Pastrana

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Resumen

El pasado mes, por primera vez después de más de medio siglo de distanciamiento, los presidentes de Cuba y los Estados Unidos se sentaron a conversar en Panamá, en ocasión de la Cumbre de las Américas. Este paso verdaderamente simbólico del camino ya acordado hacia el restablecimiento de relaciones diplomáticas ha creado expectativas en círculos científicos. No obstante, esos impactos dependerán de cómo, tanto los decisores como los investigadores, decidan aprovechar esta largamente esperada oportunidad. De hecho, a pesar de diferencias políticas, los dos países comparten una historia de buen trabajo conjunto en las ciencias. Esas relaciones datan de la mitad del siglo XIX, cuando los fundadores de instituciones de investigación en ambas capitales (Felipe Poey en la Habana y Joseph Henry en Washington, DC.) comenzaron intercambios de cartas, literatura y ejemplares. Desde esos inicios surgieron muchas relaciones científicas seminales, el clímax de las cuales lo fue la cooperación entre el investigador cubano Carlos Finlay y el médico estadounidense Jesse Lazear. Su trabajo conjunto en 1900 confirmó las tempranas teorías de Finlay de 1881 sobre el mosquito como vector de la fiebre amarilla, y marcó el inicio del control de dicha enfermedad. De forma similar, apenas el pasado año, en respuesta a la epidemia de Ebola en el África Occidental, tanto Cuba como los Estados Unidos fueron convocados como los dos principales proveedores en un esfuerzo de la Organización Mundial de la Salud para contener la diseminación exponencial del inicio de la enfermedad. Una vez más ambos demostraron cuanto estas dos naciones pueden lograr trabajando lado a lado por el bien común.


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