Resumen
Una de las historias de vida más excepcionales del siglo XIX es la de Sofía Kovalevskaya. Su increíble inteligencia, sus ideas sociales avanzadas, su talento literario, su gusto por la física y su creatividad matemática, hacen de ella una persona totalmente fascinante. Sin embargo, pocos conocen sus virtudes y su legado como mujer de pensamiento, como una auténtica intelectual, fiel a sus convicciones. De mis primeros cursos de Historia de la Matemática, impartidos en la década de los dorados ochentas, recuerdo con nostalgia las tandas de películas históricas que realizábamos regularmente. Uno de los filmes más visionado y apetecido era “Una montaña en la cara oculta de la luna” producción sueca no vista en los circuitos comerciales. En esta se describen los últimos 8 años de la primera mujer que consiguió una cátedra universitaria en matemáticas, la bella Sofía Kovalevskaya. Desafortunadamente poco se cuenta en la película de su pasado, de su infancia y adolescencia, de cómo se forman sus convicciones, sus inclinaciones por la ciencia. No se menciona como consiguió un “matrimonio de conveniencia” con un joven estudiante de paleontología para legalmente poder viajar a Alemania a estudiar en una institución docente, una universidad que no estuviera vedada a las mujeres como todavía ocurría en Rusia y muchos otros países antes del siglo XX.